lunes, 17 de abril de 2017

La Canción de Roland (27/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión
19.- La congoja del Rey Marsil
20.- El Emir Baligan
21.- Marsil recibe ayuda
22.- Marsil y Baligán
23.- Roncesvalles
24.- El ejército de Carlomagno
25.- El ejército de Baligán
26.- Se enfrentan los dos ejércitos


27.- Sigue la batalla

El emir Baligán cabalgaba por el campo y se enfrentó con el conde Guinemán. Éste no pudo esquivar el golpe mortal. El infiel le aplastó el blanco escudo contra el corazón, desgarró los paños de su cota y le hirió en el pecho. El conde Guinemán fue derribado del caballo y cayó en tierra exánime sin exhalar una queja.

-¡Victoria por Alá! –gritó el emir. Y acto seguido arremetió contra otros esforzados paladines de Carlos. El emir era un guerrero valiente y mató a Gebuino, a Lorant y a Ricardo el Viejo, señor de los normandos. Nada pudieron hacer éstos para oponerse a su empuje. Quedaron muertos en la verde hierba.

Al ver tal proeza los infieles exclamaron:

-El emir es valiente entre los valientes. Nadie puede superarle en combate.

Y luego resonó en el campo de batalla el grito de guerra de los infieles:

-¡Preciosa! ¡Preciosa! ¡A ellos!

Cabalgaban los hombres de Arabia, los de Occián, de Heraclea y Basconia, excitados por las proezas del emir Baligan, que había matado a tantos caballeros cristianos. Era un admirable espectáculo ver cómo atacaban con sus lanzas, pero los franceses no rehuían el combate.



La lucha seguía incierta sin que la victoria se inclinara por bando alguno. Los cadáveres de ambos ejércitos llenaban casi el campo de batalla.

Hasta la noche la pelea fue enconada. Habían muerto ya muchos barones franceses y el emperador Carlos se hallaba sumamente afligido aunque no por eso desmayaba en su incansable lucha. Sabía que la derrota representaba la humillación y el deshonor.
Lucharían hasta el último hombre como hizo Roldán en Roncesvalles y la victoria no dejaría de sonreírles porque creían en Dios y en la Virgen María.

Franceses y árabes seguían combatiendo sin descanso. Por doquier se oían gemidos de dolor y los cadáveres se amontonaban en la verde hierba. Espadas y lanzas destrozadas, escudos quebrados, rechinar de yelmos contra escudos, rugidos de hombres y muerte en la tierra: todo era tristeza y desolación… era penoso soportar tal espectáculo.

El emir Baligan invocó a Apolo, Mahoma y Tervagán.

-Os serví durante mucho tiempo, oh dioses. ¡Ayudadnos ahora! ¡Dadnos la victoria contra el cristiano! Os prometo si así sucede labrar en oro puro vuestras imágenes. ¡Oh, dioses! ¡Sednos propicios!

A presencia del emir acudió uno de sus fieles, se llamaba Gemalfin. Pidió venia y una vez la obtuvo habló en los siguientes términos:

-Malas son las noticias que traigo, mi señor. Una gran desgracia ha caído sobre vos. Me han informado hace poco y he venido enseguida a daros la noticia: Vuestro hijo Malprimis, esperanza de Babilonia, ha muerto. Llevó a cabo grandes proezas y mató a muchos valientes franceses.. El duque Naimón le quitó la vida.

-Es una terrible noticia –interrumpió el emir.

-Además, también ha muerto vuestro hermano Canabeo. Intentó vengar a su sobrino pero el emperador Carlos le atacó y le quitó la vida. Ha sido una suerte aciaga.

El emir no contestó. Inclinó la cabeza y permaneció pensativo unos momentos. El dolor le impedía pronunciar palabra alguna. En aquel momento sólo pensaba en morir.
Cuando se repuso un poco de su aflicción llamó a Jangleo de Ultramar, que era un hombre muy sabio y entendido.

Cuando Jangleo estuvo a sus lado, el emir le preguntó en todo triste;

-Escuchad, Jangleo, sois hombre entendido y vuestra opinión es muy estimable. ¿Qué pensáis de esta batalla? ¿Quién es el más fuerte? ¿Lograremos la victoria o seremos derrotados? Necesito saber vuestra opinión ya que he perdido a mi hijo y a mi hermano, los hombres más valientes de mi ejército y los franceses no ceden en su empeño a pesar de su inferioridad numérica. Ahora recuerdo Roncesvalles y siento temor.
Jangleo de Ultramar permaneció pensativo sin decidirse a hablar. Temía decir la verdad. Baligán lo notó y le dijo así:

-Hablad sin temor, Jangleo. Nada os pasará por expresar vuestra sincera opinión.
Entonces habló Jangleo, con serenidad y sin temor, pues el emir le había autorizado para hacerlo.



 -Tenéis perdida la batalla. Nada podrá salvaros ya. Ni Apolo, Mahoma y Tervagán os servirán de nada. Carlos y sus hombres son fieros, valientes, y no abandonarán el campo de batalla hasta conseguir la victoria. Únicamente podréis resistir llamando en vuestra ayuda a todos los barones de Occián, turcos, árabes y gigantes. No esperéis mucho en hacerlo, pues la batalla está a punto de decidirse en favor de los franceses.

-Tendré en cuenta vuestros consejos, Jangleo. Habéis hablado con prudencia y sabiduría.
El emir Baligan decidió poner en práctica el consejo de Jangleo; llevó a su boca una bocina y la toco con tanta fuerza que los infieles la oyeron. Las tropas comenzaron a reagruparse al oir la bocina del emir. Acudían presurosos los hombres de Occián y los de Heraclea. El emir los guió a la batalla y todos se lanzaron audaces buscando matar a los franceses. Fue espantosa la pelea y las filas de Carlos se abrieron ante el terrible choque. Los infieles pelearon ciegos y mataron a más de siete mil guerreros franceses.

El conde Ogier jamás había conocido la cobardía, era valiente entre los valientes. Cuando vio aquella terrible mortandad y cómo los infieles habían logrado romper las filas del ejército de Carlos, corrió en busca de Terrín, el duque de Argona, de Godofredo de Anjou y del conde Jocerán. Todos juntos fueron a ver a Carlos y le dieron cuenta de lo sucedido.

El emperador estaba furioso por aquella derrota y gritó a los suyos:

-¡Basta de retroceder! Los infieles han matado a muchos de los nuestros y a este paso se nos escapará la victoria que estaba tan al alcance de nuestras espadas. Dios nos ayudará ahora. ¡Id a atacar al enemigo y no le deis cuartel!-

Las palabras de Carlos dieron ánimos a los barones franceses. Espolearon a sus corceles y los lanzaron al galope, dispuestos a acometer a los infieles donde los encontraran.

Habían llegado al punto álgido de la gran batalla en la que iba a decidirse la suerte de España y de Francia y quizá la suerte de toda la Cristiandad.


Carlomagno nunca había perdido la fe en la victoria y esto le salvó. En los momentos más terribles recordaba a Roldán. Parecía como si el héroe de Roncesvalles estuviera a su lado animándole. Carlos no podía olvidar que su sobrino, con veinte mil hombres había derrotado a un ejército incontable. También sabía Carlomagno que Dios estaba de su parte y que los dioses de los sarracenos eran falsos.

Entonces en súbita inspiración Carlomagno atacó prodigiosamente al frente los barones enemigos. Estaban con él el duque Naimón, Ogier el danés y Godofredo de Anjou, que llevaba el gonfalón.

Ogier el danés era el más esforzado de todos; espoleó su corcel y se lanzó con gran ímpetu por entre las filas de los sarracenos, dispuesto a derribar al que llevaba al dragón, enseña de los infieles. Cuando lo tuvo delante le golpeó de tal modo que lo derribó a sus pies.

El emir Baligán vio caído su gonfalón y ultrajado el pendón real. Sintió gran aflicción por ello y empezó a comprender bien tarde que su derrota era ya inminente.

El ejército árabe volvió a grupas, aterrorizado ante el empuje de los franceses.

El emperador interrogó a sus hombres:

-¿Vais a seguirme, franceses? Hora es ya de que derrotemos a los infieles seguidores de Mahoma.

Y todos los hombres contestaron al unísono:


-¡Montjoie! ¡Montjoie! ¡La victoria es de Carlos! ¡Traidor será quien no ataque con brío a los infieles!. 


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