jueves, 26 de mayo de 2016

La Canción de Roland (18/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno


18.- La visión

El emperador se había tendido a descansar en un prado. Puso la lanza bajo la cabecera. No quiso estar sin las armas y conservó puesta su blanca loriga recamada, atado el yelmo y ceñida la espada Gozosa, que no tenía igual en el mundo; cambiaba de color treinta veces al día. La punta de la lanza con la que Jesus fue herido en el Gólgota estaba incrustada en el pomo de oro de la espada. Por tal gracia fue llamada Gozosa. Nadie podía olvidarlo y de allí venía el nombre de guerra “Montjoie”.

Brillaba la luna en el cielo y Carlos reposaba aunque no podía dormir, acongojado por la suerte de Roldán, de Oliveros, de los doce pares y de todos los franceses que en Roncesvalles quedaron muertos en el campo de batalla sin poder recibir digna sepultura. Lloraba el emperador y lamentaba su triste suerte. Pero tan grande era su fatiga que al cabo de una hora se durmió, pero su sueño no era tranquilo, pues la pena le seguía torturando.

Dios le envió al arcángel San Gabriel que permaneció a su cabecera durante toda la noche velando su sueño.

Por medio de una visión el arcángel le anunció una batalla que había de emprender pronto, se la indicó por medio de signos funestos. El emperador miró a lo alto y vio truenos, borrascas, granizos y tempestades prodigiosas, acompañadas de rayos y llamas que caían sobre el ejército francés. Ardían las lanzas y los escudos, crujían las astas de las agudas lanzas y se retorcían las cotas y los yelmos de acero. Después, manadas de osos y leopardos, serpientes y víboras, demonios y dragones, se lanzaron contra los franceses, que pedían ayuda al emperador:

-¡Ayúdanos Carlos!



El emperador no sabía qué hacer. Quería ayudar a los suyos pero no podía. Entonces un león se lanzó contra él y ambos lucharon cuerpo a cuerpo, pero Carlos no supo quién estaba debajo y quien encima. El emperador seguía soñando.

Después tuvo otra visión. Estaba en Francia, en Aquisgran, y tenía a un oso sujeto por dos cadenas. Iba por el camino de Ardena y pasaban por su lado otros treinta osos, que hablaban como los hombres y decían:

-Devolvednos el oso, señor. Es pariente nuestro y debemos ayudarle, no es justo que sea vuestro prisionero.

Entonces llegó corriendo un lebrel y atacó a uno de los osos más grandes, pero el rey no pudo saber quién había salido victorioso. Esto fue lo que San Gabriel mostró a Carlos.
El emperador durmió hasta la mañana cuando empezaba a clarear. 


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